Hace unos días, tuvimos una reunión con una multinacional y el bullet que más resaltador se mereció fue la necesidad de la compañía de entender a la nueva generación de talento: qué necesita la Gen Z, qué busca, qué quiere y cómo hago para dárselo sin perturbar al resto. ¿Cómo hacer para que en una empresa todas las generaciones convivan en armonía?
Hace unos días, tuvimos una reunión con una multinacional y el bullet que más resaltador mereció fue la necesidad de la compañía de entender a la nueva generación de talento: qué necesita la Gen Z, qué busca, qué quiere y cómo hago para dárselo sin perturbar al resto. ¿Cómo hacer para que en una empresa todas las generaciones convivan en armonía? Hoy, el desafío corporativo es lograr definir una política que mantenga a todos contentos.
Entonces, y en un arrebato de asociación libre, se me ocurrió que algo similar a lo que hoy están sintiendo los centennials con relación al mundo laboral, debe haber sentido la generación X con relación al descalabro sociopolítico que le dejó la de los baby boomers. Sí, ellos hicieron los 60s, hicieron la contracultura, pero los Gen X la heredaron, y tuvieron que construir alrededor de eso su propia existencia. Sobre esa madera que los formó mientras miraban desde abajo a los hippies, con sus remeras tie dye y sus canciones de protesta. Ese universo de rebeldía lisérgica, amor libre, proezas en la luna y destrucción en Vietnam que construyeron los jóvenes sesentistas, era algo dado para la llamada generación perdida. Los otros la hicieron, pero el resultado fue algo por fuera de ellos que dejó en el limbo psicodélico a los que vinieron después, que ya lo tenían enquistado en su ADN. Al igual que hace medio siglo, la liberación no se negocia.
Hoy, el talento que recién está incursionando en el mercado laboral, se forjó en el marco de las proclamas de flexibilidad, libertad, bienestar y propósito de sus antecesores. Son los hijos de la (r)evolución del trabajo. Otros la empezaron, pero ellos la heredaron. Y no solo no piensan volver a limitarse a dictámenes vetustos, ni a subordinarse ante las reglas prepandemia ni a resignar beneficios ya ganados, sino que van a exigir que eso que todavía está a medias, se termine de conceder.
Ya no se trata de una batalla en clave marxista de talento vs. corporación, fuerza de trabajo vs. medios de producción. Deformando a Pierre Bourdieu: hoy, en este conjunto de relaciones de fuerza entre agentes que quieren dominar un campo, en este caso el corporativo, el capital económico ya no gana por knock out.
La Gen Z sabe que puede establecer sus términos y condiciones y, en pos de justificar los mil años de esclavitud UBA, tomaré prestado el concepto de pirámide invertida de Gramsci: el talento que solía estar en las arenas de pirámide, hoy está escalando hacia la punta.
Son la prueba de que los últimos, serán los primeros. A la que se le designó la última letra del abecedario, paradójicamente, representa a la única generación que equilibró la balanza de poder, se cortó el pedazo de torta más grande y no piensa soltar el cuchillo.
«Señores, les presento a [...], su rey indiscutido. Por tanto, todos los que han venido este día a prestarle vasallaje y servicio ¿están dispuestos a hacerlo?».
La Gen Z es la heredera al trono. El capital económico se levanta y un nuevo rey toma su puesto. Derrame de aceite consagrado, bendición, túnica mortaja, túnica real, espada del Estado y joyas de la corona. El pueblo aclama ¡God save the King! Silla ergonómica, café sagrado, estadísticas que son bendición, camisa a medida sobre short pijama, laptop y una notificación de Seeds con la leyenda ¡Has sido seleccionado! (Contrato u offer letter participaron de mi debate mental, pero la emoción de descubrir que fuiste elegido para trabajar en ese proyecto que querías, no tiene comparación).
Son la generación que vive el avasallo de la transformación digital de una forma muy diferente al resto. Son nativos digitales. Serán quienes lideren un cambio cultural tan rotundo que volverá cenizas a las estructuras tradicionales. Hoy, el talento sabe que el valor de una empresa está dado por las personas. Que son el diferencial que determina el éxito o el fracaso de una compañía.
Pero me gustaría entender las razones que van más allá de la legitimación pospandemia de una modalidad de la que antes gozaban unos pocos y cuya expansión masiva resultaba un inverosímil. Reconocemos que la categoría de fenómeno fue cortesía de la negligencia científica. Que el efecto bomba atómica del trabajo on-demand, híbrido o remoto, no hubiese sido posible sin ella. Que su impacto hiciera sucumbir hasta el último ladrillo corporativo. Que sus réplicas se sintieran para siempre. En la forma de ver la vida, en el orden de las prioridades, en la libertad para diseñar la vida a la medida de los deseos individuales en vez de seguir mandatos.
Esta generación ganó en libertad en su sentido más abarcador. Su impacto atravesó todas las facetas de la vida y se sintió más fuerte en la laboral. En esa que solía definir todo lo que giraba a su alrededor. La vida ya no gira alrededor del trabajo, el trabajo es una faceta más. Ya no vivimos solo dos semanas al año. Ya no es una totalidad con algunos paréntesis de ocio o vida personal. Ya no es el partido y la vida el entretiempo. Las transformaciones, en un principio impuestas, validaron que otra forma de vivir es posible. Que se puede ser más feliz. Y que nuestro trabajo, debe aportar a esa felicidad. Que se puede ser más feliz trabajando.
Es la generación cuya identidad está marcada por las diferencias más abismales en relación a las anteriores. Nativos digitales, autodidactas, pragmáticos, formados con las RRSS y todo lo que eso implica para su vida social. La tecnología es su terreno, es su entorno natural. Festejan las diferencias, exigen la inclusión y la equidad, priorizan su bienestar, reclaman políticas sostenibles y solo participan en proyectos de empresas que se alinean con sus intereses y propósito. Quieren que su aporte impacte no sólo en el negocio sino en la mejora del planeta y de la sociedad. Los diferentes, quieren marcar la diferencia.
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